Por: Verónica Flórez / @soyalkalina
Tenía alrededor de 9 años. Estaba comiéndome un helado y disfrutándolo como nunca antes. La capa crocante de chocolate y maní se derretía lentamente en mi boca y la crema blanca iba deshaciéndose al contacto con el sol. Sonreía, era feliz. Cierro los ojos y aún hoy, más de diez años después puedo recordar no solo el sabor, sino la sensación.
¿En qué momento nos desconectamos tanto de nuestra alimentación como para creer que debemos dejar de endulzar nuestra vida? ¿En qué momento comenzamos a creer que un postre tiene que equipararse con un “pecado” o que debemos hacerle “trampa” al cuerpo para poder disfrutar un helado?
El asunto es que nos han enseñado a sentir culpa, antes que a sentir. No sabemos como se siente el hambre y tampoco sabemos como se siente la saciedad. Ni siquiera sabemos, muchas veces como deberíamos sentirnos al comer ya sea un postre o una ensalada. Porque todo el tiempo estamos reprimiendo nuestras sensaciones, nuestros sentimientos y, por ende, nuestras emociones.
Nos cuesta tanto hacernos responsables de nuestro proceso, nos cuesta tanto escuchar al cuerpo que hemos silenciado durante años, que preferimos encontrar “la solución” en la restricción, antes que en la creación primero de conciencia de nosotros mismos y luego de hábitos que respondan a esa conciencia. Lo que no nos damos cuenta, es que, al delegar nuestra responsabilidad, estamos delegando también nuestra capacidad de crear, de sentir, de cambiar y evolucionar.
¿Qué pasaría entonces, si comenzamos a mirar más allá y entendiéramos el endulzar, como una metáfora para la vida?
Un dulce dejaría de ser una “trampa” y podría convertirse en un ritual. Un postre dejaría de ser un motivo de culpa y sería un motivo para reunirte con los que amas. Aprenderíamos que para endulzar nuestra vida no hace falta azúcar, sino mejores decisiones que nos devuelvan el bienestar. Dejaríamos de llamar ansiedad a nuestra falta de conexión con la alimentación y podríamos ver como con pequeñas acciones la vida se siente más fácil, más llevadera.
Y tomaríamos finalmente, la responsabilidad de nuestro proceso, de reconciliarnos con los alimentos, pero también con nuestro ser más interior. Porque siempre va a ser más fácil seguir dietas impuestas, dejar de comer o comer en exceso para enmascarar el asunto que hay en el fondo, renunciar a endulzar la vida desde el aspecto físico, y que esto se vea reflejado en el interior. Pero también, siempre va a ser más satisfactorio elegir con poder, con autoridad y con certeza de que mereces el balance, mereces ese helado que alguna vez también te comiste recibiendo el sol y mereces que no solo sea el helado lo dulce de tu vida, sino que tu vida sea dulce en todos los sentidos.